El excremento de ballena combate el cambio climático, asegura un grupo de científicos de la división antártica australiana. Todo el mérito es del krill, principal alimento de focas, ballenas, pingüinos y otras aves.
La palabra noruega «krill» define a un minúsculo crustáceo, parecido al camarón, de apenas 3 centímetros de largo y 2 gramos de peso que viaja por el océano en bancos de millones de individuos y se alimenta del fitoplancton. Se han identificado más de 80 especies en todo el mundo: sólo el krill de las aguas de la Antártida contiene numerosos y potentes nutrientes (ácidos grasos omega-3, antioxidantes y vitaminas, entre otros).
«Cuando las ballenas consumen krill, rico en hierro, acaban por excretar la mayor parte del mismo. Éste vuelve al mar, fertiliza los océanos y el ciclo de la vida comienza de nuevo», comenta el experto Steve Nicol a AFP.
Si aumentara el número de ballenas mejoraría la capacidad de absorción de dióxido de carbono de los océanos, sugiere la investigación. El hierro es vital en la producción de plantas marinas, pero una tercera parte del agua del planeta presenta trazas bajas de este elemento. Las algas, por ejemplo, absorben CO2 a medida que crecen, pero escasean dentro del «anémico» Océano Antártico, afirma el químico Andrew Bowie.
Flatulencias de vaca
Científicos del Instituto de Investigaciones Medioambientales de Aberystwyth, en Gales (Reino Unido) proponen, en cambio, modificar la dieta de las vacas. Los gases emitidos por los intestinos de los rumiantes son en parte responsables del efecto invernadero, sostienen. Y desde hace un lustro hay quien se dedica a echar cuentas: cada uno de estos animales, y hay millones de ellos, genera unos 4 litros de gas metano a diario (1.460 litros por animal y año). Así que, a bote pronto, la explotación ganadera contribuye con un 5% del total de los gases de efecto invernadero. Por ello, debería suministrárseles trébol blanco y otras leguminosas, con mayor cantidad de azúcar, para limitar sus emisiones. Expertos alemanes (Universidad de Hohenheim) y japoneses (Universidad de Obihiro) apuestan por compaginar estos piensos especiales con píldoras que impidan una merma en la calidad de la leche.
Las vacas no poseen aire (ni oxigeno) en sus estómagos, repletos de bacterias que llevan a cabo diferentes reacciones químicas responsables de la liberación de metano. Las ovejas, termitas y humanos también emiten CH4 durante la digestión, pero en menor cantidad. Este gas es «menos responsable» del efecto invernadero que el CO2, aunque absorbe 24 veces más calor.
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